miércoles, 11 de mayo de 2011

Carta de un docente desesperado

Alberto, que es docente, sostiene que si no mata a alguien,
se mata él

Marcelo Ruiz/ MDZ
Las desventuras de un docente en el sistema educativo mendocino en tono de S.O.S. Harto de que no se viva en las aulas el proceso educativo, se va al extremo: "Mato a alguien o me mato yo", dice. Participá del debate. Salvalo a él y a sus alumnos. Mandale un mensaje a Alberto desde aquí. Compartí su preocupación poniendo esta nota a circular en Twitter y Facebook.
por Gabriel Conte

Alberto es Alberto. Sí, ese es su nombre aunque no daremos a conocer el apellido para preservarlo. Bah, en realidad, está difícil conseguir ese objetivo cuando el principal es otro: salvarlo. La cuestión es que llamaremos a Alberto tan sólo por su nombre de pila y, para saber un poco sobre él, diremos que es docente en una escuela urbano marginal, con alumnos adolescentes.
Conozco a Alberto: es un buen tipo. Se metió a docente, aun teniendo otro título universitario por una razón indiscutible: tiene que comer todos los días y también tiene esa costumbre su familia, ya que es padre y marido.
Pero además de la razón irrefutable, tiene vocación docente y la tuvo siempre. Es de explicar largo y tendido y su personalidad lo empuja a discutir los temas hasta el final, cuando gana, cuando pierde o cuando el empate promete una nueva oportunidad.
Decíamos: desde hace un tiempo da clases en una de esas escuelas que tienen doble turno; un taller por las tardes. No le entendí bien sobre qué habla: civismo, historia o algo por el estilo. No presté atención porque lo vi preocupado. Con un café de por medio le dije: “Tenés que escribirlo, pedí ayuda, abrí un debate”. Pero claro, esta vez está preocupado de verdad y mi propuesta le sonó arbitraria y –creo yo- estúpida. Ni me escuchó. Pensó que solo buscaba a algún columnista más para el diario.
Entonces le insistí con mi mejor herramienta: “Dejá, lo escribo yo”. Por eso no es un “columnista invitado”, ni una carta, ni alguna otra cosa, sino lo que estás leyendo. Alberto besó al Diablo, como diciendo: “´Ma sí, hacé lo que querás”.
Como decía, a Alberto le gusta estar frente a los chicos en el aula e intercambiar opiniones. Pero ese gusto se disgusta cuando los pibes no le dan bola. Peor: lo destruye cuando los pibes se amasijan entre sí mientras él intenta dar su clase.

Sostiene Alberto que próximamente, de continuar “todo así”, si no mata a alguien se mata él.
“¿Tanto así?”, le dije. Me respondió mirándome fijo: “¡¿Y a vos qué te parece?! ¡Estamos perdidos!”.
Me preocupó su gesto, su grito, su actitud, su propia preocupación, su emergente vocación asesina y su consecuente actitud suicida.
“Mierda”, pensé.
Es que Alberto sostiene que “todo es al pedo”.
- “Si hablo, no me escuchan”.
- “Si grito, me gritan. Todos juntos.”.
- “Si me enojo, se cagan de la risa”.
- “Si les pido que reflexionen, se cagan de la risa”.
- “Si los acuso con la autoridad escolar, se cagan de la risa”.
- “Si llamo a sus padres, ellos y sus padres, en el mejor de los casos, se cagan de la risa; sus padres no vienen y, si lo hacen, corre riesgo mi salud física por la calentura que traen”.

Cada vez con más miedo de meter la cuchara en la conversación, le pregunté: “¿Y es para tanto, che?”.
¡Para qué!
Alberto sostiene que él está en un callejón sin salida y lo peor, es que está allí con sus alumnos adolescentes.
“Son 10 entre 35 los barderos, pero a los otros no les queda otra que imitar a los líderes negativos porque, si no, la ligan”, sostiene Alberto como argumento.
Y agrega: “Yo tengo que darles la materia, es mucho más que un trabajo: es un desafío personal. Pero ellos me desafían día tras día. No tengo escapatoria”.
Claro, me pareció grave la situación, pero le pregunté si no encontraba respaldo en el resto de los docentes, en las autoridades de la escuela. ¿Qué te cuentan de su experiencia?, quise saber.
- “Matan a alguien, o se matan ellos”.
Es que Alberto gana 20 pesos más de los que gasta para acercarles en fotocopias los materiales a sus alumnos. Es decir: gana 20 pesos por mes por dar clases. Es decir 2: no está trabajando, como sostuvo siempre, para vivir, sino para morir, atento a sus intenciones primarias.
Y es que no lo comprenden sus alumnos y sus compañeros de trabajo son como zombies a quienes:
- No les queda otra que seguir dando clases para comer.
- Lo hacen porque recién salen de la facultad.
- Ven en su tarea una cuestión militante, casi misionera y se financian por otro lado.

Eso piensa Alberto.
Los problemas son muchos, dice, y aunque cree saber cómo resolverlos, sólo logra abordarlos individualmente. La actitud masiva de sus alumnos lo impide todo: no hay acto educativo en las clases ni tampoco hay proceso de enseñanza/aprendizaje. “Es un ring. Pero ya me cansé de las piñas y de que no haya árbitro que le ponga un campanazo. No hay toalla para tirar. Voy a matar a alguien o matarme yo”, sigue sosteniendo.
- “Hay un pibe gay en la clase. No sé si él lo sabe: tiene 14 años, está buscando su definición personal. No hay nadie que lo respete. No hay nadie que no le diga barbaridades. Ese chico es un trapo. Yo hasta calculo que en la casa lo deben basurear. No sé por qué vive. Le dije: ´contá conmigo; no les des bola´. Y sólo se quedó mirándome, abstraído. Hablamos de todo lo que hay que hablar sobre el tema con todo el alumnado, tratando de tirarle una sola a ese pibe. Casi lo ahorcan…”.
- “Hay una mayoría de chicas. Me pongo colorado cuando hablan. ¡Y hablan delante mío y de cualquiera! No se respetan entre ellas ni respetan a nadie. ¿Qué va a ser de su futuro, me pregunto? ¿Cómo será su vida presente?”.
Pero lo que realmente había sacado de quicio a Alberto estaba en otro lado.
- Pasé la barrera. Me cansé.
- ¿Qué? ¿Ya mataste a alguien?
- No, boludo, todavía no. Le ofrecí piñas a la salida a un alumno. Insoportable. Se burla de todos, escucha música todo el tiempo…
- ¿Y entonces?
- Se cagó. Se fue del aula. No volvió más. No lo trajo ni siquiera la preceptora. ¡A nadie le calentó!
- ¿Tu miedo es que te cague a piñas?
- No. Precisamente es que no le calentó ni siquiera que le respondiera en sus propios términos. Me saqué, rompí cualquier código y me siento dispuesto a romperle la cabeza y no volver más a la escuela. Pero el que no volvió es él. No volvió, ¿entendés? Y a nadie le calentó.

Mi conclusión es que Alberto, en realidad, no quiere matar a nadie en forma literal. Siente que vive en una situación en la que la muerte civil está presente: se cumple el requisito de ir a la escuela y de pararse frente a un grupo de inscriptos, pero poco más y, a eso, no se le puede llamar educación.
Creo que lo que está pidiendo es ayuda, un enorme ¡help! que no hay quien pueda responder a su alrededor: los docentes que lo acompañan están igual o peor que él. De paso, no tienen vacaciones, no los comprende el régimen que tienen el resto de los docentes de Mendoza y algo peor: cuando encuentra en dónde plantear estas cosas se empiezan a parar otros, cual clones suyos, diciendo lo mismo. Nadie sabe cómo responder. No hay bálsamos. Y esa energía se acumula, negativamente.
Es por eso –y solo por eso- que Alberto sostiene que o mata a alguien o se mata él. Y si acaso cumpliese su amenaza, ¿Qué pasaría?
http://www.mdzol.com/mdz/nota/294291

1 comentario:

  1. Todo empieza en la casa, en la cual ya no se respeta nada, solo se respeta a los hijos porque a los padres no los respeta nadie, los niños pequeños hcen o que quieren y cuando crecen siguen haciendolo, nadie respeta los maestros si el chico saco mala nota, repitio o lo ponen en penitencia la culpa es del maestro, eso se enseña ahora en las familias si es que se le pueden llamar de tal, estamos mal y vamos peor, es muy triste lamentablemente.Lo que le pasa a Albeto le pasa a todos los docentes con vocacion, es una lastima, un saludo Alberto no mates a nadie tu libertad vale mas que la desidia en que vivimos

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